Con el editor de Bakhterev
A Sergei Kudriatsev le conocemos en Moscú, en casa de Tatiana Vladimirovna, en torno a cuya mesa giran como spútniks académicos, críticos, profesores, poetas, intelectuales y estudiosos que ella hace revolotear a golpe de abanico, de un buen abanico español.
Los tés de Tatiana Vladimirovna Civjan (una de las representantes significativas de la célebre escuela semiótica rusa, fundada por los grandes estudiosos V.V. Ivanov y V. N. Toporov) son lo más parecido a los de Lewis Carroll: será porque su casa está en pleno Arbat, a dos pasos de la iglesia donde se casó Pushkin y de la primera casa que ocupó con su mujer, a dos pasos de la casa del escritor Andrei Biely, a dos pasos de la de Margarita de la novela de Bulgakov, será porque su casa es su casa y porque ella es ella, y porque en los pereulok o calles traseras de Moscú todo es posible y en el laberinto de callejones, patios y jardines, pasadizos y escaleras, uno empieza a dudar de que las dos direcciones sean dos (napravo, nalevo: a la derecha, a la izquierda), y no digamos nada de que las tres dimensiones sean tres (porque para subir siempre hay que bajar y viceversa).
Así que en esa aura de irrealidad y surrealismo, de libros y objetos antiguos, de capas de historias personales e intelectuales, es donde siempre me toca hacer de maestra de ceremonias y servir el té… Un té a la rusa que requiere un protocolo inicial. Subrayo inicial, porque una vez que en la tetera se ha vertido un poco de agua y se ha dejado reposar unos minutos hasta llenarla del todo, una vez que se empieza a echar un poco de té en las tazas de porcelana Imperial alargándolo con más agua para que no sea demasiado fuerte, se disparan los spútniks y ya no hay quien los pare.
En una mezcla imposible pero cierta de platos dulces y salados, de fruta y bombones, de té y vino y vuelta al té con intervalos de vodka especial con própolis y sabor a medicina antigua de Mary Poppins (otra vez Mary Poppins!), pronto comienza el movimiento, el intercambio de libros y el intercambio de sillas.
Y así es como conocemos a Sergei Kudriatsev y a su mujer, Nadia. Kudriatsev es quien ha publicado el libro de Bakhterev en su editorial, Hylaea. Hace tiempo tenía también una librería, pero ya no. Kudriatsev medirá dos metros diez abundantes, puede que más. Lo escribo con letras y con números, 2,10 o más, porque las letras causan más impresión y porque los números sirven para dar una idea puestos al lado de una puerta: ningún problema con la de entrada en esta casa de principios del siglo XX, pero con las de las habitaciones ya es otro cantar… Rubio, pacífico y tranquilo, contrasta poderosamente con su mujer Nadia, morena, bronceada, vivaracha y menuda. Me llama poderosamente la atención su vestido (en efecto, italiano), y a Tatiana Vladimirovna, devota del legendario lino ruso, también. Nadia es matemática de profesión, es una diseñadora gráfica excelente y también tiene una editorial, Grundrisse . Aparte de Bakhterev, Kudriatsev ha publicado las obras de Alexander Vvedensky, Igor Terentev, Alexei Kruchenykh e Ilia Zdanevich.
Kudriatsev quiere saber qué tal ha ido la presentación en San Petersburgo, y mira complacido mis fotos. En otoño se prepara otra presentación en la casa Museo de Ana Achmatova, y le interesan todos los particulares.
Nadia mientras tanto nos cuenta los detalles de sus libros y derrocha simpatía por los cuatro costados.
El té se prolonga, se convierte en cena, y fuera, el campanario de la iglesia de San Nicolás se ilumina como un inmenso panal dorado, y los rascacielos de nuevos ricos se cubren de neones de colores. Cae la noche sobre Moscú.